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lunes, 30 de agosto de 2010

La identidad del docente


 

Luis Miguel Saravia C.

Educador

Lima – Perú, 28 de agosto del 2010

 

Desde la década de los 90, y tal vez desde antes, referirse al docente ha sido siempre caer en un lugar común, adjetivarlo y devaluarlo como profesional por el hecho de pertenecer a un sindicato y haber puesto énfasis en los reclamos laborales antes que a los profesionales. Tensiones que existieron desde siempre y que se fueron mitigando apelando al espíritu de sacrificio y de entrega y al considerar que la docencia era un apostolado. Sin duda hoy es difícil aceptar estas consideraciones. Se ha crecido en ciudadanía, en democracia, se ha crecido en profesionalidad y existen una serie de elementos que hacen pensar en lo que llamamos identidad del docente, se ha ido perdiendo al aceptar, como lo dice el mercado, cualquiera puede ser docente. 

 

El mundo que estamos viviendo exige al docente además de tener vocación, capacidad para poder adaptarse a los cambios en todos los ámbitos de la vida, de manera especial en el conocimiento y la tecnología, sin perder de vista su identidad y a partir de ello abordar su desempeño, que será excelente o deficiente. ¿Cómo medir este desempeño? ¿Cómo poder afirmar que tal o cual docente es idóneo? ¿Será por las características e indicadores que propone la matriz de evaluación del Ministerio de Educación para evaluar a quienes se presentan a la Carrera Pública Magisterial (CPM)?.



El docente de hoy si no tiene clara su identidad puede caer preso de las tendencias en boga y ser especialista brillante, pero devaluado como educador que se encuentra en el aula con niños, jóvenes y miembros de la comunidad que ven la realidad desde la velocidad de lo cibernético y la necesidad de resolver problemas reales. Un enorme potencial está en sus manos y es por ello que no cualquiera elige ser docente.



En las Conclusiones del Primer Congreso Pedagógico Nacional (Trujillo, 07.08.10), se propone replantear la identidad del docente, pero no se dice de cuál identidad se habla. ¿Se podría hablar de repensar y enriquecer la propia identidad si no se dice qué se entiende por dicha identidad? La identidad es el conjunto de rasgos propios que tiene una persona, en este caso un docente, un maestro. La identidad es, además, tener conciencia de responder a una vocación, a una realidad interior, que se manifiesta en el desempeño en el aula, en la relación con los alumnos, con los pares, con los padres de familia, con la comunidad. Responder a una  vocación significa responder a una inclinación a la docencia, a enseñar.

 

 

Es importante este tema central en la construcción de un proceso educativo y que debe ser trabajado aún porque ahí radicaría el tema de la devaluación de la profesión y el interés por reemplazarla por otra, que instruye pero no educa. Denise Vaillant nos recuerda que "La literatura especializada suele considerar […] diversas visiones en la definición de identidad profesional que se sitúa entre dimensión vocacional y la experta (Perrenoud, Ph. (1996. Perspectivas, 26 (3), 549-569). Una serie de estudios caso en que realizamos recientemente (Vaillant, D. y Rossel, C. (2006) (editoras). Docentes en Latinoamérica hacia una radiografía de la profesión. Santiago de Chile: PREAL parecerían confirmar esas conceptualizaciones ya que los maestros afirman que ven la tarea docente como vocacional pero también que la consideran como una actividad profesional."



La identidad docente lleva a un conjunto de significados de la realidad que se juegan contradictoriamente en un hacer y pensar concretos; significados que posibilitan identificar elementos de carácter social, político, ideológico, cultural y psicológico. Roscovan (2007)  nos dice que "La elección vocacional se constituye en una dimensión que permite aproximarnos a un conocimiento y comprensión de esta identidad, ya que lo vocacional es un campo, en la medida que su existencia supone un entrecruzamiento de distintas variables intervinientes: sociales, políticas, ideológicas, económicas, culturales y psicológicas". (Intersecciones entre Salud y Educación.).



Pareciera que hoy la urgencia lleva a decidir que debe formarse transmisor, el-que-todo-lo-sabe, a formador, el-que-acompaña, en lo cotidiano. Pereciera que el fantasma del último lugar y el fracaso de los planes de emergencia, lleva a soluciones parche y no ataca a fondo el problema y menos se hace una autocrítica de la formación docente y de su práctica centrada en la enseñanza y en la persona del docente y sus carencias; que pensar en el docente que el nuevo siglo requiere donde los temas del aprendizaje y la persona del alumno, siguen siendo importantes.



La identidad del docente no se centra sólo en su desempeño como profesional sino en su formación como persona que tendrá la responsabilidad de educar. En este sentido la identidad se enriquece instruyendo de manera continua, pues debe asumirse en constante aprendizaje, que tiene la creatividad y la capacidad de asombro para tornar diverso cada día. Que sabe incentivar la esperanza y mantenerla en sus discípulos cuidando sus expectativas aparezcan a tiempo y se concreten. García Márquez en las palabras que pronunció al entregar el Informe de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo en Colombia "Por un país al alcance de los niños" decía  «Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética -y tal vez una estética- para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal» (García, 1995: 56).



El contexto en que el docente desarrolla su vida profesional está signado por cambios y por el aumento de exigencias y responsabilidades que debe asumir, haciendo que su identidad se diluya en intereses variados que minan sus cualidades profesionales y su identidad. Se le exige que sea experto en técnicas y se insiste en que se le capacite mecánicamente en las mismas sin plantear los fundamentos teóricos que le darán sentido al desarrollo de las mismas; sea versado en competencias comunicacionales para actuar con los actores del proceso educativo. Alguna vez se ha definido al docente como un profesional "todo terreno", se le exige que rinda, pero nadie se plantea si está preparado para eso.

 

Por ello es importante, inclusive antes que plantearse el tema del desempeño, analizar el tema de la identidad del ser docente. Algunos han llamado a la identidad docente un valor en extinción, casi sepultado por las demandas del trabajo cotidiano en el aula y exigencias administrativas. Los grandes cambios en la educación se lograrán cuando se centren en los cambios personales como expresaba Rolando Cruz "La calidad educativa depende esencialmente de la "calidad del ser"; especialmente de quienes se comprometen con la educación. Los procesos de calidad los hacen personas de calidad" (Siglo de Torreón, México, México,Septiembre 2007)



La identidad no se obtiene automáticamente, sino se va construyendo a partir de la vocación. Se trata de una construcción individual  y colectiva que empieza en la decisión de ser docente y luego la confirmación de esa decisión en la formación inicial, enriquecida en el desarrollo y ejercicio de la profesión de manera dinámica y continua, entendida como proceso biográfico y relacional, vinculado a un contexto  particular. 

 

Sólo es docente quien logra establecer relaciones de identidad y fraternidad entre su propia persona y la del alumno. Es decir estableciendo una relación entre la entrega personal de ser y aprender con el otro, de acompañarle en su tarea de irse construyendo y perfeccionando. Sólo el que tiene algo importante y superior que dar, puede educar, nadie da lo que no tiene, nadie enseña lo que no sabe. En este sentido el docente ejerce liderazgo, con autoridad basada en un prestigio construido y ganado como profesional y lo demuestra en su saber, en el saber hacer, saber ser y saber ser con los otros.


El docente  ejerce su liderazgo con autoridad real, basada en un prestigio tanto personal como profesional, posee autoridad. Educa en el aula y en la escuela no sólo a los talentosos, ni a los alumnos sobresalientes, sino está atento a educar a quienes desde sus limitaciones y dificultades, quieren o necesitan superar sus deficiencias.

 

Las vicisitudes y urgencias de los cambios que se vienen produciendo, no deben hacer perder de vista que todo cambio educativo parte de una revisión de la identidad de ser docente. Los demás atributos y exigencias se asumen sin renunciar a una identidad. Freire nos decía que "el rol del educador consiste en proponer problemas en torno a situaciones existenciales codificadas para ayudar a los educandos a alcanzar una visión cada vez más crítica de su realidad. La responsabilidad del educador, tal como la percibe esta filosofía, es por lo tanto mayor en todos los sentidos que la de aquel colega suyo cuyo deber consiste en transmitir información para que los educandos la memoricen."  (FREIRE, Paulo. "La naturaleza política de la educación. Cultura poder y liberación."México, Paidós, 1990.)

 

 

Sin duda hay mucha tela que cortar en cuanto a la identidad del docente hoy. Si no se profundiza en esta cuestión, los accesorios que rodean el ejercicio de la profesión docente se tornarán principales, sustantivos. No apreciamos resultados a pesar de lo invertido. Como dice el dicho "Lo que natura no da Salamanca no presta". Y de eso se trata en torno a la identidad docente y su vocación. Debe empezarse por lo primero, antes que por lo accesorio. 

 


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